domingo, octubre 21, 2007

Foto de G. Garcin: La vie est un théâtre


"Somos lo que hacemos...no lo que pensamos, ni lo que sentimos"

El hombre arrastraba la pesada carga de sus pensamientos por un intrincado laberinto de sentimientos.-
Había llegado a un punto en el que no podía discernir qué era producto de su fantasía y qué formaba parte de la realidad.
Había perdido y confundido las categorías semánticas: lo feo era bello; lo dulce, áspero; lo amoroso, agobiante.
En consecuencia, actuaba, hacía, ejecutaba, concretaba, creyendo obedecer un plan lógicamente trazado.
Todo era "como sí", una performance teatral en donde el mismo personaje cambiaba de piel y pensaba en voz alta pero no actuaba, era
"actuado", como el patético muñeco de un ventrílocuo.
El hombre notaba que algo no iba bien, pero creía que eran los otros que mutaban con vertiginosa rapidez, o la presión atmosférica...¿que más daba?
Esta situación, lo obligaba a transcurrir por incongruentes momentos alimentados de afectos decafeinados, de pasiones perdidas y de reacciones epidérmicas.
Sostenidas por palabras, colgadas de la nada las acciones de su vida no reconocían motivación ni rumbo. Había anulado el principio de no contradicción y de tercero excluído.
Pero tampoco era diestro en la dialectica.
Toda su vida se había convertido en un "deja vú", un "esto ya lo he vivido", y en cada retazo de historia mal construída perdía una pizca de humanidad.
No podía precisar, cómo ni cuando había comenzado todo, pero es muy probable que se tratara de un miedo ancestral a los acontecimientos, porque estos siempre le habían devuelto vulnerabilidad.
Por eso dejó de hacer, para "jugar a que hacía", pensando y creyendo que así sus pensamientos se harían realidad y ya nadie más lo abandonaría, como había sucedido en el pasado.-
Pero lo que el hombre no sabía, era que el proceso suele ser inverso.
Como en la Castalia del "juego de abalorios" de Hesse, la solución estába en el hacer, el unir, el permanecer y sobre todo en el no temer, ni a la acción , ni a los sentimientos, ni a los pensamientos, porque él era su propio dios y no el reflejo de otros.-
Y un día, cansado de los acontecimientos bizarros y volátiles, se encontró solo frente a sí mismo; reconoció que no tenía que imitar a nadie, ni que nadie le donaría pensamientos, ni forzaría sus sentimientos.
Sintió pánico, espanto y cobardía.....y luego una orgiástica sensación de libertad.-

1 comentario:

fgiucich dijo...

Cuando se es esclavo de sí mismo, el momento de la liberación es una sinfonía de colores. Abrazos.