jueves, octubre 12, 2006


De chamanes y resurecciones

"No te enfades conmigo por escribirte", empezaba la carta
"Aún a riesgo de provocarte un ataque al corazón, quería enviarte una última palabra: darte las gracias por lo que has hecho. Sabía que eras la persona adecuada, pero las cosas han salido aún mejor de lo que yo pensaba. Has ido más allá de lo posible, y estoy en deuda contigo....no voy a dar explicaciones aquí. A pesar de esta carta, quiero que sigas considerándome muerto. ...no me encontrarán, y hablar de eso solo traería más problemas. No vale la pena. Sobre todo no le digas nada a Sophie. Haz que se divorcie de mí y luego cásate con ella lo antes posible. ...quiero que entiendas que no he perdido el juicio. Tomé ciertas decisiones que eran necesarias, y aunque algunas personas hayan sufrido al marcharme fue lo mejor y lo más bondadoso que he hecho nunca....Siete años después de mi desaparición será el día de mi muerte. He dictado sentencia contra mí mismo y no habrá apelaciones...te ruego que no me busques...no tengo deseos de ser encontrado."

PAUL AUSTER
La habitación cerrada


Todo había comenzado un año antes cuando la revista lo envió a Perú a cubrir gráficamente una nota sobre Machu Picchu y el impacto del turismo en esa zona.
Uno de sus colegas, un francés, le mostró una pelicula sobre el consumo de plantas sagradas. Fue una noche en Cuzco, a la vuelta del viaje a la fortaleza inca que para él fue iniciático.
Nunca había salido de Europa. Su mundo, que había creído amplio se reducía a una serie de preconceptos ordenados en forma de ideología; seguridades mal obtenidas: una cuenta bancaria, una esposa bonita, un hijo, una amante, el partido semanal de tenis con los amigos y unas vacaciones en Turquía.
A la peli, siguió la invitación a probar la ayahuasca.
Le explicaron que occidente debiera recuperar el respeto por el poder de las plantas y la aceptación de una nueva física de la consciencia para entender lo que iba a vivir.
Entender lo que se dice entender, entendió poco, tan asustado estaba.
Fue una experiencia cercana al sufrimiento, a la muerte y a la resurrección ritual.
Le siguieron varios días de ayuno entre terribles nauseas en las que se mezclaban sus visiones desde una nueva perspectiva de mitos, totalmente contrarios a las leyes de la física; se vió escogiendo lo que era universalmente significativo para comunicar, conectar todos los acontecimientos entre sí, todas sus creencias fueron alteradas, se vió penetrando en mundos paralelos, se vió como nunca hubiera querido verse.
Dejó pasar la fecha de su regreso, inventó excusas en forma de encargos inexistentes, tranquilizó a su esposa con llamadas semanales cada vez más espaciadas: "aquí escribir un mail es un milagro...lo siento, volveré cuando pueda".
Cuando al fín creyó que había cerrado esa experiencia y que formaba parte de sus anecdotas de viaje, decidió volver.
Su vecino de asiento en el avión dejó olvidado un libro, al bajarse en una escala. Se trataba de "la habitación cerrada" de Paul Auster.
Lo leyó de un tirón.
Al arribar su decisión estaba tomada; dejó su equipaje sin recoger, caminó hasta las afueras del aeropuerto y se perdió en la oscuridad.-

3 comentarios:

Carlos Gregorio dijo...

Vaya que las corrientes del destino nos transforman, no somos los mismos, que nunca hemos sido.

Un gusto, espero lo siguiente.

Un placer leerle.

Saludos Fraternales.

Anónimo dijo...

Desaparecer... para reaparecer en otra parte, en otro momento.Dejar de ser aquello que se es ( o lo que nunca se ha sido..). Volverse otro; o nadie.. ¡Quien no lo ha soñado alguna vez!. Algunas lo llamarian miedo, huida...¡Yo lo llamo conquista!
Una elección mágnífica la del párrafo de Auster!!
Saludos

hera dijo...

No es ni miedo ni huida, tampoco conquista. Es evolución.
De hecho el miedo suele estar en eso, el cambio que implica desaparecer de lo que hay para aparecer en lo que puede llegar a haber.
Saludos